Internacional

Francia: razas, estatuas y República

( SPUTNIK ) Francia no es Estados Unidos y París no es Minneapolis. El presidente francés, Emmanuel Macron, defiende el universalismo republicano frente a quienes pretenden dividir a los franceses según la raza.

En Francia no se derribará ninguna estatua ni se apoyará un «comunitarismo» a la anglosajona que divida a la población según su color de piel, su procedencia o su religión. La advertencia del primer mandatario se produce cuando la onda de choque por la muerte de George Floyd ha tenido en Francia un eco especial, en el que, a la indignación sincera y comprensible, se ha unido la instrumentalización social y política.

Organizaciones «indigenistas» y «descolonialistas», surgidas en los últimos años como copia de las que se conocen en Estados Unidos, ha aprovechado la ocasión para denunciar a las fuerzas policiales francesas y al propio Estado como «racistas». Para ello, contaban con un «caso Floyd francés, en la persona de un joven de 24 años, Adama Traoré, que murió en 2016, tras oponerse a su detención de forma violenta.

La familia de Traoré, y un buen abogado especialista en el trato con los medios de comunicación, denunciaron las dos primeras autopsias que exoneraban a los tres policías que arrestaron al muchacho y presentaron otra en la que se indicaba que Adama murió asfixiado por el peso de los tres funcionarios que le redujeron.

En pleno confinamiento, la familia Traoré y sus apoyos sociales y políticos llegaron a convocar a 23.000 y 15.000 personas en dos manifestaciones celebradas en la capital francesa que explotaban la emoción del caso Floyd al otro lado del Atlántico. Es en esa ola de sobresalto en la que casi se ahogan dos ministros franceses, nada menos que los responsables de Interior y de Justicia.

Ministros en la picota

El ministro Christophe Castaner, no solo no mostró su apoyo a la presunción de inocencia de los miembros de las fuerzas del orden, sino que llegó a hacer declaraciones que hacían dudar sobre el supuesto racismo de sus empleados. Además, se verán privados de utilizar la técnica de inmovilización que consideran la única viable para arrestar a los sospechosos. Para colmo, el ministro anunció que esa técnica sería sustituida por la compra de pistolas eléctricas «Taser», mucho más peligrosas para la integridad física de las personas, como se ha demostrado en otros países.

Los policías le han premiado con varias muestras de protesta, lanzando sus esposas al suelo y manifestándose en la noche bajo el Arco de Triunfo parisino.

Por su parte, la Ministra de Justicia, Nicole Belloubet, ofreció a la familia Traoré ser recibida en la sede ministerial. Dar un tratamiento de favor a una familia que cuenta con varios miembros que han pasado por prisión por hecho graves y cuyo único mérito es, según los críticos, haber convocado manifestaciones de protesta e insultar a la policía, es algo que a la responsable del ministerio le ha valido la petición de dimisión de buena parte de la oposición y el escarnio de la mayoría de la prensa.

En este paralelismo forzado entre la situación francesa y la de EEUU, otro miembro del gobierno ha dado también una nota que ha hecho chirriar las bases de la esencia republicana. Sibeth Ndiaye, secretaria de Estado y portavoz del gobierno, ha sugerido que Francia elimine la prohibición de utilizar estadísticas étnicas. Ndiaye, que llegó a Francia desde Senegal a los 16 años, considera que las estadísticas étnicas pueden ayudar a reconocer si existe un problema de racismo en la sociedad francesa.

Y en eso llegó Macron y mandó A parar. Ni estatuas derribadas ni reescritura de la historia ni secesión de la sociedad en grupos diferenciados. «La República no borrará ninguna huella de su historia», aseguró el jefe del Estado. En la misma alocución del domingo en la noche, Macron no olvidó apoyar a las fuerzas de orden: «Los policías y los gendarmes merecen el apoyo del Estado y el reconocimiento de la nación. Sin el orden republicano, no hay seguridad, ni libertad ni orden».

Fueron palabras dirigidas a los manifestantes y a los políticos que se han subido al carro de la protesta, como el jefe de «La Francia Insumisa», Jean-Luc Melenchon, quien pretende que «la policía debe estar lo más desarmada posible para poder inspirar respeto». A veces, intentar ganar votos lleva, como mínimo al ridículo, algo perjudicial para la primera fuerza de la izquierda francesa.

Napoleón y De Gaulle,  ¿a la basura de la historia?

Los exaltados que pretendían guillotinar estatuas francesas deberán calmarse. Como les indicaban sus opositores, si cada figura de la historia o de la cultura sospechosa de conductas dudosas -según los criterios del siglo XXI- debiera ser reprobada, ni Napoleon, ni Charles De Gaulle, ni Molière o Voltaire, entre otros muchos, serían incluidos en los libros de texto.

Que Estados Unidos inspira culturalmente a la sociedad francesa es un hecho del que » la cuestión racial» es solo un ejemplo. Decir que en Francia existe el mismo problema que en Estados Unidos es solo una muestra de ignorancia o de interés político partidista. Pero esa «norteamericanización» de Francia es también una pequeña revancha histórica de la obra que expandieron, en los años 60, por las universidades de Estados Unidos los considerados como autores de la «French Theory», los Deleuze, Derrida, Foucault, Bourdieu, etc., que sembraron en las aulas yanquis las teorías filosóficas y sociológicas «deconstructivistas» que dieron combustible a todos los combates identitarios al otro lado del Atlántico.

«Microracismos», «micromachismos» y otros micros impiden ahora, en los campus franceses, la discusión crítica y el respeto a lo incorrecto en todas sus esferas, hasta el punto de prohibir según qué tipo de debates. Ese producto sembrado por franceses en EEUU recorre ahora toda Europa. En Francia impide la verdadera discusión.

Si hay comportamientos racistas en una parte de la población -y no solo antinegro o antiárabe, sino también de árabes a africanos y viceversa– existen los mecanismos para denunciarlo y corregirlo. Debería existir también una escuela pública que, mostrándose crítica, pero también orgullosa de su historia, formara a los franceses de toda procedencia sin tabúes. En las últimas tres décadas, la autoflagelación y el arrepentimiento han primado en la enseñanza y eso ha abonado el terreno a los «separatistas» que denuncia ahora Macron.

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