Opinión

La agonía y el silencio

Los medios noticiosos de nuestro país, que son solo una parte de lo que llamamos la enorme red de comunicación que atraviesa el mundo, para la cual no existen fronteras, ignoran total y absolutamente la peligrosísima situación que se está formando internacionalmente, guiados por los agónicos esfuerzos del imperio norteamiricano y sus títeres de la OTAN, ante el ascenso de otras potencias económicas, tecnológicas y políticas, como son China y Rusia, y en menor manera India y la Liga Arabe.

Al parecer estamos, como nunca antes, al borde de una nueva conflagración mundial entre las actuales potencias.  Todo ello como fruto de las ambiciones imperiales de unos y de otros.

En una publicación española, hace algún tiempo, señalaban lo siguiente: los Estados Unidos en el presente y el Imperio romano, hace siglos, fundamentaron su esplendor en la guerra y las industrias que lleva aparejadas. Roma dominó el Mediterráneo de guerra en guerra. Los grandes ricos e influyentes ciudadanos de entonces eran militares. Estados Unidos se convirtió en potencia económica tras su participación en la Segunda Guerra Mundial. Las guerras ajenas contribuyen a incrementar las riquezas de los Imperios. Se conciertan negocios masivos con dineros públicos, se especula con todo tipo de bienes, se venden armas a unos contendientes y a sus contrarios y se pierde cualquier resquicio moral. Se ha gastado tanto dinero para llegar a esta derrota, además del coste en vidas, que mereceríamos explicaciones más sólidas.

Desde hace unos ochenta años, es decir, desde el final de la segunda guerra mundial, el mundo no ha conocido la paz ni por breve tiempo. La industria armamentista norteamericana y europea se ha encargado de fomentar conflictos armados fuera de sus respectivos territorios, con el propósito de incrementar su poder económico y su influencia política, a costa de millones de muertos y extensos territorios asolados.

En este momento, cuando se desarrolla la guerra en Ucrania, impulsada y mantenida por los EEUU y la OTAN, nuestros medios informativos poco o nada dicen de lo que está sucediendo. Aunque a la larga no importa, pues las redes sociales se encargan de divulgar hechos reales y mentiras alambicadas al calor de los intereses de cada uno de los bandos en pugna.

La primera víctima de la guerra es la verdad. Ya en las jornadas previas a la invasión rusa de Ucrania, los gobiernos se lanzaban acusaciones cruzadas de estar esparciendo desinformación. En oposición a un enemigo embaucador, ambos bandos se presentan como paladines de la verdad, cuya defensa justifica la censura. Si bien acusar al contrincante de mentiroso (además de muchos otros descalificativos más deshumanizantes) no tiene nada de novedoso, sí lo es el término “desinformar” y la tecnología de comunicación usada.

Este no es el primer conflicto a gran escala donde las redes sociales juegan un papel importante, pero sí que es la primera guerra donde las dos partes tienen una presencia en internet tan fuerte que podríamos considerar equiparables. Esto ha supuesto que, mucho antes de que las primeras tropas rusas cruzaran la frontera, se desarrollara una sucia batalla informativa para disputar, a nivel nacional e internacional, el relato de qué está pasando en Ucrania y por qué.

Estamos pues ante lo que parece el inicio de los estertores de las potencias de occidente y el surgimiento de las que serán las del futuro, para lo cual el conflicto de Ucrania resulta el escenario perfecto para la manipulación de la información, la mentira falaz, y el tratar de ignorar las realidades que condujeron a estos hechos. Y en nuestro país, como de costumbre, se prefiere guardar silencio, no informar, no permitir que exista pensamiento crítico bien informado, que las mayorías se sumerjan en las más obtusa ignorancia.

Estamos ante la agonía de una era y el silencio de quienes no quieren que se sepa la verdad, pues sus intereses se ponen por encima del bienestar de las mayorías.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

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