Derechos humanos, Editorial

Paradojas de paradojas: lo paradójico y algo más

Cuando un lector no tan desaprensivo, y con una cierta dosis de agresividad indisimulada me dice,  con respecto a algunas afirmaciones mías, que formulé hace poco tiempo, acerca del desdichado caso de Colombia, una nación donde el valor de la vida humana no existe o no tiene el relieve que debería tener, que si yo he vivido en ese país (o si lo he visitado alguna vez) para hacer las afirmaciones que hice o cualesquiera otras me digo a mí mismo, sólo me queda responderle por reducción al absurdo que, por mi parte he conocido a innumerables gentes que han vivido buena parte de su vida en el territorio colombiano, las que de manera paradójica se caracterizan por un desconocimiento oceánico acerca de lo que ocurre en ese país en los órdenes de lo social, político, económico y cultural. Es más, ni siquiera han abierto un libro referido a la historia reciente de dicha nación, o al menos sobre algunos aspectos de la increíble geografía de un inmenso país atravesado de norte a sur o viceversa por tres ramas de la cordillera de los Andes, entre las cuales corren dos gigantescos ríos: el Cauca y el Magdalena que se unen ya en las tierras bajas para formar un inmenso caudal de aguas que va a desembocar en el Mar Caribe, a un costado de la populosa ciudad de Santa Marta, y con un inmenso puente que permite atravesarlo de oeste a este y viceversa…”por el puente Pumarejo, tu nunca te pones viejo… Río Magdalena, de mi Colombia querida” como dice una canción popular del Caribe colombiano, esa exuberante tierra de “corronchos”, alegres y parranderos, bailadores y bebedores de anisados. En mi caso, mi interés por ese país es ya muy viejo, no diré cuanto, pero es anterior a mi primera llegada a Bogotá, hace ya más de cincuenta años, la que no he dejado de visitar en distintas épocas, desde entonces no he dejado de leer, conversar y preguntar (y preguntarme) sobre los más diversos temas que atañen a ese país y a sus gentes, lo que tal vez hubiera hecho aún sin haber puesto nunca un pie en esa urbe que parece una enredadera pegada al brazo oriental de la cordillera de los Andes, ese donde todavía en tiempos del libertador Bolívar caía nieve, y algunos autores afirman que tenía en sus cumbres un glaciar que desapareció ¿cosas del calentamiento global acaso?. El conocer sobre un país, una sociedad y sus gentes no incluye como condición sine qua non el haber vivido en sus tierras, ni sólo entre cachacos, no importa si rolos, santanderianos, boyacenses o paisas… como así, mis amigos… ¿O será que mi interés inconsciente viene de haber sabido, durante mi niñez, que mi abuelo chiricano peleó en la guerra colombiana de los mil días (1899-1902), en las filas del Partido Conservador o sea el bando equivocado para mí, cuando era un joven campesino, y fue instigado por los curas y los terratenientes para que expusiera su vida para defender sus intereses?, para después una vez derrotados los godos, atravesar la frontera hacia el oeste, o más bien sur costarricense, y no regresar jamás a esa tierra raptada por el imperio norteamericano para hacer un canal, la que después pasó a llamarse Panamá, una nación hija en principio de un despojo a Colombia, y una oscura negociación entre franceses y estadounidenses.

Ya pasaron más de 16 años desde que los Estados Unidos y Francia, diz que con el apoyo de la ONU, sacaron del poder al presidente Jean Bertrand Aristide por haberle exigido a Francia la devolución de los 21 mil millones de dólares (a valores actuales), esa desmesurada suma que los haitianos debieron de pagar durante más de un siglo por haber sacudido, en 1804, las cadenas del colonialismo y la esclavitud. Desde entonces, nadie o casi nadie habla de Haití, de esa nación que es el pariente pobre y olvidado de la francofonía, de esa nación que se cae a pedazos, donde unos mercenarios colombianos acaban de asesinar a uno de sus presidentes, mientras tanto en el parisino Palacio del Elíseo los presidentes guardan silencio, tanto como lo hacen en el Quai de Orsay los encargados de las relaciones exteriores de Francia… silence on ne écoute rien….desolés mes amis haïtiens la France n´a pas aucune responsabilité a cet égard.

Más allá de las vicisitudes del régimen revolucionario surgido en 1959 en Cuba, con el que podemos estar o no en desacuerdo, tener una visión, más o menos crítica o no, de la trayectoria histórica seguida por éste, lo cierto es que estamos seguros de los que los piratas de la Casa Blanca jamás indemnizarán al pueblo y a la nación cubana por los graves daños causados a su economía, tanto como a sus ciudadanos, los que han sufrido incontables pérdidas en todos los órdenes. Esos miles de millones de dólares escamoteados por los sucesivos gobiernos estadounidenses, a través del embargo, las sanciones y las leyes Helms Burton y Torricelli jamás serán devueltos al pueblo cubano. El colmo es que mucha gente piensa que debemos aplaudir semejante felonía.

Dentro de lo que debería  ser visto como el colmo de la estulticia y de la maldad, tenemos que el grado de crueldad e insensibilidad de buena parte de la migración cubana (en especial el liderazgo de la ultraderecha que vive en La Florida, a la que hay que distinguir del exilio cubano democrático, o simplemente económico proveniente de toda América Latina) hacia los sufrimientos de sus compatriotas que habitan en la isla y fuera de ella(al no poder ayudar a sus familiares), en medio de la pandemia, y de innumerables carencias que se han visto agravadas por innumerables medidas que imposibilitan a Cuba hasta para adquirir respiradores, jeringas y medicamentos,  un país al que luego atacan en términos de lo que llaman, con cinismo, en las redes sociales las “deficiencias” de la medicina cubana, lo que resulta ser una profecía autocumplida, al ser ellos los victimarios que actúan para que las cosas desmejoren, dentro de un continuo accionar despiadado del lobby cubano de La Florida, que raya en la maldad y la locura homicida, además de que asume, de manera ilegítima, la voz de todos los cubanos del exterior. Como apreciarán los lectores, estamos en un universo de innumerables paradojas y mucho más.

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

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