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¿Cuál podría ser el futuro de la guerra entre Rusia y Ucrania?

70 Años de conflictos ofrecen las claves

A pesar de algunas características posmodernas, el conflicto en Ucrania se asemeja a un tipo de contienda que ya se ha visto: las guerras entre naciones en las que una no conquista directamente a la otra.

Durante mucho tiempo, se esperó que cualquier invasión rusa en Ucrania se desarrollara como una especie de guerra posmoderna, definida por armas del siglo XXI como la manipulación de los medios de comunicación, la desinformación que nubla el campo de batalla, los ciberataques, las operaciones de bandera falsa y los combatientes camuflados.

Estos elementos han protagonizado esta guerra. Sin embargo, en su lugar ha dominado la dinámica tradicional del siglo XX: cambios en las líneas de batalla de tanques y soldados, asaltos urbanos, luchas por la supremacía aérea y por las vías de suministro, así como movilización masiva de soldados y de producción de armas.

Los contornos de la guerra, tras casi un año de enfrentamientos, no se parecen tanto a los de una guerra futura como a los de cierto tipo de conflictos de décadas pasadas: las guerras entre naciones en las que una no conquista directamente a la otra.

Este tipo de conflictos se han hecho menos frecuentes en el periodo transcurrido desde 1945, una época a menudo asociada más con guerras civiles, insurgencias e invasiones estadounidenses que han pasado rápidamente a la ocupación.

No obstante, las guerras entre naciones han continuado: entre Israel y los Estados árabes, Irán e Irak, Armenia y Azerbaiyán, India y Pakistán, Etiopía y Eritrea. Estos son los conflictos que los historiadores y analistas militares tienden a citar cuando se les pide que establezcan paralelismos con la guerra rusa en Ucrania.

“Tienen grandes puntos en común. Por ejemplo, en Corea”, explicó Sergey Radchenko, historiador de la Universidad Johns Hopkins, refiriéndose a la guerra de Corea. “Grandes batallas convencionales. Bombardeo de infraestructuras”.

Cada guerra es única. Pero ciertas tendencias de este subconjunto de conflictos, incluido el de Ucrania, pueden ayudar a esclarecer qué impulsa la lucha semana a semana, qué tiende a determinar la victoria o el fracaso y cómo suelen terminar —o no— estas guerras.

Según Radchenko, esas guerras han comenzado por disputas territoriales fundamentales que se remontan a la fundación de los países en guerra y, por lo tanto, están integradas en la concepción misma de sus identidades nacionales. Esto hace que el conflicto subyacente sea tan difícil de resolver que los combates a menudo se repiten durante muchas décadas.

A menudo, esas guerras se han convertido, quizás más que cualquier otro factor, en un desgaste industrial porque cada lado se esfuerza por mantener el flujo de materiales como tanques y municiones antiaéreas que lo mantienen en la lucha.

Pero esto funciona de manera muy distinta a la competencia por la mano de obra bruta que definió conflictos como la Primera Guerra Mundial, y está más relacionado con temas de tecnología, capacidad económica y diplomacia internacional.



UN DESGASTE MODERNO

“Muchas guerras convencionales se reducen al desgaste”, aseguró hace poco el analista Michael Kofman en el pódcast de seguridad nacional War on the Rocks. “El bando que es más capaz de reconstituirse con el tiempo es el que puede mantener la guerra y, en última instancia, ganar”.

El conflicto entre Rusia y Ucrania encaja perfectamente en ese modelo, lo que ayuda a explicar muchos de sus giros, añadió Kofman, director de estudios rusos en CNA, un instituto de investigación en Arlington, Virginia.

Por poner un ejemplo, la capacidad de cada bando para tomar y retener territorio viene determinada en gran medida por su capacidad de desplegar tanques y otros vehículos pesados de forma más fiable que su oponente.

Y como el poder aéreo es eficaz para destruir esos vehículos, el ritmo de desgaste de cada bando sobre el terreno depende de quién controle el cielo.

Eso coincide con otras guerras de ese tipo. Algunos analistas sostienen que Irán puso fin a su guerra de casi una década con Irak, en los ochenta, solo cuando por fin obtuvo el control del espacio aéreo.

Del mismo modo, la cuestión de quién controla el cielo depende en gran medida de si Ucrania puede desplegar suficiente armamento antiaéreo para seguir el ritmo de la capacidad rusa para desplegar aviones. Esa también es una cuestión de desgaste, aunque es tanto económica y diplomática como militar.

Eso ayuda a explicar por qué Ucrania, cuya producción apenas estaba a la altura, incluso antes de que Rusia empezara a bombardear sus fábricas, se ha concentrado tanto en conseguir la ayuda militar occidental; por qué los gobiernos occidentales se han dedicado tanto a restringir la economía rusa, y por qué las fuerzas rusas han lanzado tantos ataques contra ciudades ucranianas, lo que degrada la industria ucraniana, pues afecta hasta el funcionamiento de su red eléctrica y hace que Ucrania traslade algunas defensas aéreas del frente a ciudades alejadas del campo de batalla.

Todos estos aspectos, en cierto modo, son frentes en la guerra del desgaste industrial. Esto también guarda paralelismo con otros conflictos de ese tipo, por ejemplo, la guerra de Corea, en la que los ataques aéreos liderados por Estados Unidos devastaron ciudades norcoreanas de una manera muy parecida, y a menudo superior, a la campaña de ataques de Rusia en Ucrania.

Una de las lecciones de esos conflictos es que, a medida que cada bando se desespera por seguir el ritmo del otro, ambos hacen todo lo posible por ganarse el apoyo internacional.

Eso puede prolongar la guerra cuando favorece al agresor, como ocurrió con el apoyo estadounidense y saudita al intento de invasión de Irán por parte de Irak. Puede contribuir a decidir el resultado de la guerra, como ocurrió en algunos conflictos durante la desintegración de Yugoslavia, en los que el apoyo occidental hacia un bando acabó superando al apoyo ruso del otro. También puede remodelar la política mundial en un sentido más amplio. Las líneas geopolíticas marcadas por la guerra de Corea, en la que el Norte obtuvo el apoyo soviético y chino contra el Sur respaldado por Estados Unidos, siguen vigentes 70 años después.

GUERRAS DE MUCHAS DÉCADAS

“Me viene a la mente la guerra de Yom Kippur”, comentó el historiador Radchenko sobre la invasión rusa de Ucrania, refiriéndose a la guerra árabe-israelí de 1973.

La coalición de Estados árabes que atacó a Israel pretendía expulsarlo del territorio del que se había apoderado en rondas anteriores de enfrentamientos y restablecer su dominio regional, del mismo modo que Moscú pretende volver a situar a Ucrania en su órbita y, en términos más generales, reconstituir en Europa parte de su poder de la era soviética.

En su discurso para anunciar la invasión, Vladimir Putin, presidente de Rusia, incluso la describió como una guerra para revertir lo que consideraba un error histórico, en medio de la desintegración de la Unión Soviética 30 años antes, que estableció a Ucrania como Estado independiente.

Esto también es similar a las repetidas guerras de la coalición árabe con Israel, que se remontan a la declaración de independencia de ese país en 1948, en un territorio que los Estados árabes consideraban palestino de manera legítima. La guerra más reciente entre Israel y uno de esos Estados fue en 2006, con lo que se cumplieron 58 años de conflicto. No se declaró una paz formal con varios de esos países sino hasta estos últimos años y las tensiones con otros siguen siendo escasas.

Este patrón se mantiene en muchas de las guerras convencionales ocurridas después de la Segunda Guerra Mundial: un conflicto que se libró por el territorio y el equilibrio de poder, comenzó con la declaración de esos Estados modernos y ha estallado intermitentemente desde entonces.

Armenia y Azerbaiyán, por ejemplo, dos países que también surgieron de la desintegración de la Unión Soviética, han librado guerras periódicas desde entonces, interrumpidas por largos pero tensos momentos de cese al fuego. India y Pakistán libraron su primer conflicto a los pocos meses de su independencia y separación en 1947, y luego sucedieron tres guerras más, la más reciente en 1999. Además, se han desencadenado varios conflictos de menor nivel que ahora se mantienen en una paz nuclear tentativa. Corea del Norte y Corea del Sur llegaron a un armisticio en 1953, pero permanecen en un estado técnico de guerra con estallidos ocasionales y una amenaza siempre presente de lucha total.

En otras palabras, a menudo esos conflictos han persistido durante seis o siete décadas. Como las conversaciones de paz son mínimas o inexistentes en muchos casos, es posible que algunas continúen por más tiempo.


Aunque los combates declarados pueden ser poco frecuentes, pues las que Radchenko denomina “fases activas” solo duran unos meses, los periodos de calma suelen requerir una profunda intervención internacional para que perduren. Por ejemplo, los soldados estadounidenses llevan más de 70 años apostados en Corea del Sur.

Es imposible predecir si eso representa el futuro de Rusia y Ucrania, aunque quizá ya describa su estado actual. Los siete años previos a la invasión rusa de 2022 se caracterizaron por enfrentamientos de menor intensidad, con una fuerte diplomacia y apoyo occidentales en favor de Ucrania con el propósito de evitar un conflicto mayor.

Esa pauta demuestra que rara vez un bando vence al otro sin más, sobre todo cuando hay Estados extranjeros dispuestos a intervenir. Y ofrece otra lección: los cambios políticos en esos países rara vez suponen el tipo de avance que los observadores esperan que algún día lleve a Moscú a retirarse. Por ejemplo, la invasión soviética de Afganistán, que duró un decenio, solo se agravó con el ascenso, en 1985, del líder reformista Mijaíl Gorbachov.

NUEVAS GUERRAS, VIEJOS PATRONES

El hecho de que la guerra entre Rusia y Ucrania parezca ajustarse a un viejo patrón, en lugar de trazar una nueva dirección en la guerra, como se había predicho ampliamente, podría ofrecer lecciones más generales para el mundo.

“Las armas estratégicas no han sustituido ni sustituirán a los ejércitos”, escribió Stephanie Carvin, analista canadiense, en un ensayo sobre la trayectoria de la guerra que ha circulado de manera amplia entre los expertos.

Las fuerzas convencionales pueden apoderarse de un territorio y retenerlo, lo que las convierte en la unidad central de la guerra. Nuevas tecnologías como los drones o las comunicaciones por satélite no han alterado esa dinámica, como tampoco lo han hecho nuevos métodos como los ciberataques o la manipulación de los medios de comunicación.

“No hay duda de que las formas de hacer la guerra han evolucionado desde los tiempos de Clausewitz con la llegada de las nuevas tecnologías”, afirmó Radchenko, refiriéndose al general prusiano del siglo XVIII al que se atribuye la teoría militar moderna.

Pero, una y otra vez, añadió, lo que en un principio podría “llamarse una ‘revolución’ en los asuntos militares, en realidad se desarrolla en cambios bastante lentos”.


Sin embargo, del mismo modo, escribió Carvin en su ensayo, “las armas pueden ayudar a producir un alto al fuego, pero no pueden crear una paz duradera y establecida”.

A pesar de los numerosos intentos de las grandes y pequeñas potencias militares por desarrollar métodos de guerra suficientemente eficaces como para imponer sus objetivos políticos a su adversario, ninguna ha encontrado aún la forma de eludir la ardua tarea de negociar una paz mutuamente aceptable.

Pero una lección de los últimos 80 años de guerra podría ser que si los Estados no pueden llegar a un acuerdo —quizás, como en el caso de la actitud de Rusia hacia Ucrania, porque una parte considera intolerable la propia independencia de la otra—, ni siquiera una lucha hasta el agotamiento mutuo puede traer la paz.

The New York Times

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