Las voces se repiten, se entrecruzan. En cada historia, el nombre del “doctor” aparece como si fuera parte de la familia. El domingo 19 de octubre, antes del amanecer, cientos de personas se reunieron en la Plaza La Candelaria, en el centro de Caracas, para celebrar la canonización de los dos primeros santos venezolanos
Cuando se habla de milagros, en Venezuela se empieza por una historia de amor. “Mi hijo nació a las 26 semanas de embarazo. Está vivo gracias al doctor. Lo que más amo en mi vida, lo tengo aquí conmigo gracias a él”, dice Yorgelis López, caraqueña de 27 años, mientras su hijo Yeffrey sonríe a su lado con la boca llena de helado. A unos metros, otro devoto recuerda: “A mi esposa le cayó un techo encima. Se desplomó en cuestión de segundos, y yo solo podía mirar. Eso fue hace 34 años. Todos los días le doy las gracias a José Gregorio Hernández”.
Las voces se repiten, se entrecruzan. En cada historia, el nombre del “doctor” aparece como si fuera parte de la familia.

Valeria Pedicini
El domingo 19 de octubre, antes del amanecer, cientos de personas se reunieron en la Plaza La Candelaria, en el centro de Caracas, para celebrar la canonización de los dos primeros santos venezolanos: José Gregorio Hernández y la Madre Carmen Rendiles. Fue una jornada tranquila, marcada por cantos, oraciones y emocionales testimonios transmitidos por altavoces, chocolate caliente y fuegos artificiales. La iglesia permaneció abierta mientras la misa de canonización encabezada por el Papa León XIV se proyectaba en directo desde Roma con traducción al español.
José Gregorio Hernández es una de las figuras más emblemáticas del catolicismo venezolano. Nacido en 1864 en Isnotú, Trujillo, se destacó como médico, científico y profesor universitario. Su vida estuvo marcada por la atención gratuita a los más necesitados, lo que le valió el apodo de “el médico de los pobres”. Falleció en 1919 y, gracias a la profunda devoción popular que despertó, su proceso de beatificación comenzó en 1949 y se extendió por más de siete décadas hasta su canonización.

Valeria Pedicini
Para Gloria Marcano, una de las arquitectas que formó parte del equipo de la restauración del Santuario Nuestra Señora de la Candelaria en 2016, donde están los restos de José Gregorio Hernández, el doctor siempre fue santo: “Mi familia entera era devota, y yo crecí sintiendo que él era un santo más. Crecí escuchando historias, muchas de ellas, pero me sorprendí cuando me enteré de que realmente no era santo. Para mí, estar aquí hoy es como ver al hombre llegar a la luna, así importante es esto.”
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Jessica es enfermera desde hace 16 años. “He sido devota desde que empecé a estudiar enfermería, porque veía cómo muchos pacientes y sus familiares le rezaban. Ahora mis tres hijas, que también son enfermeras, le rezan cuando las cosas se ponen difíciles”, dice, con un rosario entre las manos. Ha trabajado en hospitales de Caracas, Zulia y Lara, y también como cuidadora particular. “Los momentos difíciles son muchos, porque todos sabemos cómo han sufrido los hospitales. Para mí, José Gregorio Hernández representa la importancia de la salud, de cuidarnos y de contar con personas buenas y preparadas. Ver su canonización hoy me da esperanza de que sabemos qué cosas son importantes y nos esforzamos para mejorar. No en vano celebramos a alguien que ayudó tanto en salud, y a otra persona que hizo lo mismo en educación”.

Valeria Pedicini
Bekys llegó a Caracas desde Tovar hace tres años, tras un accidente de su padre. “Me vine porque en mi pueblo no había cómo hacerle la fisioterapia para el hombro. Encontramos una recomendación en el Hospital Militar, y creo que fue gracias a José Gregorio”, cuenta. Para ella, la canonización refleja lo que como sociedad necesitamos reforzar: “La salud y la educación son dos de los pilares más importantes y que más están en crisis hoy en Venezuela. Esto debería inspirarnos a crecer en esos aspectos, a reconocer que merecemos más”.
Aunque la devoción de muchos asistentes en la Plaza La Candelaria estaba dirigida a José Gregorio Hernández, la Madre Carmen Rendiles también destaca como figura discreta de la religión venezolana, vinculada a la educación. Nació en Caracas en 1903, la tercera de nueve hermanos en una familia acomodada. A diferencia de José Gregorio Hernández, ella pudo vivir una vida consagrada plena, pero al igual que él, dedicó su labor a la educación y al servicio social.

Valeria Pedicini
Nació sin el brazo izquierdo, un defecto congénito que la llevó a ser rechazada por algunas congregaciones locales, hasta que las Hermanas de San José de Tarbes, de origen francés, la aceptaron en Caracas a los 24 años. En 1965 fundó las Siervas de Jesús de Venezuela, que dirigió hasta el final de su vida.
A pesar de su discapacidad, la Madre Carmen desarrolló habilidades en oficios como carpintería y pintura, y siempre se destacó por su disciplina, creatividad e independencia. Visitaba frecuentemente las escuelas y obras parroquiales de su congregación, y en lugar de dar clases formales, prefería conversar con estudiantes y padres sobre la relación entre la fe y la vida cotidiana, inspirada por su experiencia como joven catequista en parroquias cercanas a su ciudad natal.

Valeria Pedicini
La Madre Rosa María Ríos, una de sus antiguas alumnas y compañera de congregación, la describe en declaraciones para la revista America Magazine como una trabajadora sin búsqueda de gloria: “le gustaba trabajar discretamente, como la levadura actúa en la harina” y explica que una de las importancias de la canonización es que el público venezolano va a aprender más ampliamente acerca de ella, su vida y sus pensamientos”
La Madre Ríos considera que el sistema educativo en Venezuela también necesita “una reconstrucción”. Según una encuesta sobre educación realizada en junio de 2025 por la coalición HumVenezuela, casi la mitad de los niños en edad escolar en el país —unos 3 millones de niños y adolescentes— no asisten regularmente a la escuela primaria, afectados por la inseguridad alimentaria, la migración y otras fuerzas sociales y económicas, o enfrentan malas condiciones en las escuelas públicas, donde la infraestructura deteriorada y la escasez de docentes han sido un problema persistente.

La ceremonia de canonización no solo honró a dos venezolanos ejemplares, sino que también puso de relieve lo que la fe y el servicio comunitario pueden lograr: inspirar esperanza, reconocer la dignidad humana y recordarnos que cada pequeño acto de solidaridad es un milagro en sí mismo, especialmente en momentos de crisis.

Fuente. Agencias y TC